jueves, 31 de marzo de 2016

Entre locos y valientes (estúpidos idiotas X)



Recuerdo como fue la primera vez que me trajeron a este lugar. Bah, el primer motivo por el cual me trajeron. Estaba confiado y seguro de que podía llegar a volar. Sabía que debía, primero entablar confianza con los vientos y extender los brazos, mientras hacía equilibrio en el borde de un edificio alto. Cuando la relación fuera buena, solo dar un paso al vacío y salir volando. Pero la gente común suele asustarse demasiado cuando ven a alguien tratando de hacer equilibrio en el piso treinta de un edifico, llamando a todo tipo de autoridades protectoras. Sedado y atado para proteger mi integridad llegue a este lugar.
En algún momento del día desperté y me dirigí por el pasillo al patio. Parado en la puerta de salida, armando un cigarrillo, se encontraba un hombre moreno entrado en años y con una barbar raída y encanecida.
  
 -   Ya estas mejor?- me pregunto y asentí en silencio- Queres?

Me ofreció el paquete de tabaco con el papel y los filtros. Acepte la invitación y comencé a armarme uno. 

-        -Escuche tu historia por los pasillos. Inquietante y extraordinaria… más inquietante que extraordinaria. No te dio miedo estar a esa altura? 
-        No, el miedo es para los cobardes- Respondí despectivo. 
-          No, el miedo es para todos. Los cobardes solo se paralizan, los valientes los enfrentan. Los únicos que no tienen miedo son los locos. 
-          Por eso termine acá.- conteste sin dar mucha importancia. 
-          Es interesante el tema del miedo, podes crear toda una sociedad en torno a él. O las sociedades son creadas por él? A veces me pongo a pensar si no seremos todos cobardes que solo buscan la seguridad de lo que está garantizado. Una garantía para no temer. 
-          No temer, todos temen, por eso se juntan, por cobardes. Y mantienen lo que hay por miedo a lo nuevo que podría venir. No estarías descubriendo nada nuevo. 
-          Es verdad, no es nada nuevo. Dicen que una de las sensaciones naturales del hombre es el miedo. Si vos a un chico le sacas el estado de equilibrio, de paz, se sobresalta y tiene miedo. Conoces la teoría de como aprende el hombre? 
-          A los golpes?- Conteste y el moreno rio con ganas. 
-          No, dicen que el universo de conocimiento de un hombre necesita de saberes cuando su mundo entra en un estado de desequilibrio. Aprende cuando no hay una paz reinante en su cabeza. Si te paras en la calle, vas a ver a zombis descerebrados tratando de no enfrentar sus miedos llevando a cabo aquello que creen que trae estabilidad… pero cuando todo se desmorona, cuando la mentira deja paso a la realidad, pierden los estribos. Se vuelven locos, sale a anestesiarse con lo que puedan... drogas, alcohol, sexo, televisión… entretenerse para no afrontar sus miedos. 
-          Es lo que hacen los cuerdos no? 
-          Si, o los que se creen cuerdos… 
-          Y ya descubriste de que miedos no quieren enfrentar?- debo admitir que estaba resultando interesante el sujeto 
-          No exactamente, pero creo que de la tristeza, el fracaso y la muerte. No se dan tiempo para la angustia y la tristeza, tienen que ser felices y serlo ya. No pueden tener un traspié en sus vidas, ni parar a aprender de lo que les sucedió. No hay motivos para volver a confiar en otros, ni tirarse a no hacer nada, ni reflexionar. Toda tristeza es aplacada. Toda angustia es llenada por algo más. Toda muerte es impensada. 
-          Pero nadie quiere saber qué se va a morir, entonces es lógico no pensar en eso- 
-          Todos vamos a morir, no pensar en la muerte es una cosa, negarla para disfrutar en la eternidad es otra cosa. Si todos vamos a morir, cada momento o instante de vida es algo que se llena de encanto para ser disfrutado y pensado y traspuesto en una experiencia a ser comentada y compartida con los demás. Toda perdida es morir un poco y cada segundo que pasa es un segundo perdido. 
-          O sea que vos estás perdiendo vida en este momento- comente con algo de sorna. 
-          Pero estoy ganando en entendimiento- agrego con una sonrisa.
-          Entonces… vos le temes a algo? 
-          Si, a salir allá y convertirme en uno de ellos.-

Un dejo de tristeza cruzo por sus ojos. Me daba gracia que pensara en el afuera, estábamos acá adentro y no nos iban a dejar salir. Entones empezó a caminar hacia la salida, tranquilo y con calma. Paso a paso. Podría jurar que vi temblar sus manos mientras cruzaba el jardín hacia la entrada y salía sin más. Los de seguridad ni se dieron cuenta que el hombre salía por la puerta, casi como un fantasma. Cuando me di cuenta que uno de los internados que estaba cerca mirando al hombre salir, le dije con una media sonrisa.

-Este que puedo salir, no vuelve más- 
- No, creo que va a volver- me dijo sin darme mucha importancia- es el doctor.

Volví a mirar esa figura que se iba perdiendo ya fuera del predio. Apague el pucho y me puse a temblar.

Acido Literal

La Espera



Era el día más caluroso del verano. Él esperaba en la parada del colectivo con ella, pensando en el camino que recorrerían juntos. Abrazados, compartiendo un buen momento algo pegajoso por el sudor, él se abstraía de la realidad recordando cuanto tiempo hacia que no compartía un camino. Recordaba con nostalgia aquellos libros que había leído desde pequeño sobre la llegada del amor, de cómo irrumpía en dramas pasionales y terminaba casi siempre bien. No notó en su ensueño que ella lo soltaba de a poco, pensativa y abstraída en su mundo. Lo miro a los ojos y le dijo “no tengo carga en la tarjeta, esperame”.
Salió corriendo tan raudamente, que en un instante la perdió cuando dobló la esquina. Quedó allí petrificado, tan helado que no tuvo tiempo de decirle que no se preocupara, que el tenia carga, que no se fuera. En ese estado no entendía lo que había sucedido, pero se había intoxicado tanto cabeza con novelas que creyó estar en una, viviendo ese momento mágico del nudo de la historia, donde la atracción deja de ser meramente corporal y pasa al estadio de los sentimientos. Así que confió con todo su corazón en aquella espera. Después de todo, se decía a sí mismo,  grandes epopeyas fueron escritas donde una enamorada esperaba la vuelta de su amado. Acaso estaba equivocada Penélope? Se reprochó un poco no saber tejer, para agregar dramatismo, pero si se iban a invertir los roles en cuanto al género de quien espera, él podría encontrar otras cosas para hacer.
Los colectivos pasaron, las horas también. La espera se hizo más larga de lo que esperaba y había agotado ya la batería del celular mientras se ponía metas en el tetris.  Comenzó a oscurecer y el seguía allí, con una férrea convicción. Sintió hambre y sed. Por miedo a no encontrarse en la parada cuando ella regresará de odisea por conseguir carga, se dirigió a una pizzería que quedaba en las esquina y desde donde podría ver la parada del colectivo. Tal vez por la ansiedad de volver a aquel lugar donde le habían pedido que esperara o por el apremio de sus tripas, la espera de una grande de mozzarella se le hizo eterna. Volvió corriendo a la parada de colectivo con una porción en la boca y solo encontró un par de personas que parecían volver de su aburrida rutina.
Al tercer día de espera ya estaba sucio y cansado. Ya no tenía plata para comprar comida, dormía de a ratos apoyado sobre el poste de la parada. Varios vecinos lo veían conocido y lo miraban al pasar. Al cuarto día cayo exhausto, por lo que no sintió cuando se llevaron todo lo que tenía. Ahora solo le quedaban sus ropas y la tarjeta para el colectivo que había guardado en un bolsillo. Aferrándose a ella, solo pensaba en la vuelta de su amor. Sabia en su fuero más íntimo que volvería como en todas las historias.
Para cuando llevaba una semana  en el lugar, empezó a buscar comida en los tachos de basura de la cuadra. No quería alejarse demasiado, a pesar de que sabía que una cadena de comidas rápidas entregaba los sobrantes del día a la gente necesitada. Pero él no estaba necesitado, solo eran pequeñas vicisitudes que se pueden presentar ante la espera prolongada de alguien, pensó. Los vecinos comenzaron a encariñarse con aquel muchacho que parecía haber copado la parada de colectivo. Se contaban historias de cómo había llegado allí, pero nadie se había atrevido a preguntarle cuál era su historia. De vez en cuando, algún alma caritativa le traía algo de abrigo o de comida. La mayor parte de las veces le daban alguna moneda. Consiguió hacer de un colchón a los dos meses, cuando una parejita de un edificio cercano se mudó y tiro aquello que no necesitaba.
Así pasaron los años, esperando. Esperando a que llegara otra vez su amor.
Un día, un otoño que eternamente gris, paso una mujer. Radiante como en su Juventud, parecida a aquella mujer que había esperado alguna vez pero con más años, paso ella con otro hombre del brazo. Iba riendo, y paro un colectivo al que abordaron ambos. No registro al demacrado y sucio hombre que esperaba sobre un colchón desvencijado.
Pero el tiempo y la memoria no tienen corazón. Él no la reconoció, ya no recordaba su los detalles de su rostro, solo la sensación de amor había quedado sobre una figura borrosa que había perdido sus detalles con los años. Él se quedó allí, esperando a que llegue su amor en un navío de velas blancas. Deseaba tanto las velas blancas, que se pasó por alto todos los barcos de velas negras.

Acido Literal

lunes, 14 de marzo de 2016

Viviendo a destiempo (estúpidos idiotas IX)



Era una fría madrugada de invierno. Había logrado dormir un par de horas entre velos y fantasmas, así que me encontraba de bastante buen humor para ver el amanecer. Sin la insistencia de los insectos de verano, tome la frazada y salí al patio a buscar un buen banco para observar los destellos del comienzo del día. Me lleve una sorpresa al descubrir que alguien ya ocupaba el banco con la mejor vista, me hubiera gustado disfrutarlo solo, pero tampoco me iba a negar de algo de compañía. Me senté y el sujeto pareció ignorar mi presencia. A pesar de ello comenzó a hablar como si yo lo escuchara. Habría deseado que no, pero lo escuche.

“es difícil llegar a tiempo en la vida. Uno cree que usando un reloj, una planificación o los horarios de cualquier medio de transporte uno llegaría a tiempo, pero es mucho más complejo. Por ejemplo este amanecer que aguardamos, si llegáramos a destiempo ya seria de día y nos hubiéramos perdido el espectáculo de la naturaleza.
Yo recuerdo que siempre llegue a destiempo. Caía muy temprano a las fiestas, por lo que tenía que ayudar en la preparación o muy tarde, por lo que tenía que comer y tomar las sobras. Nunca en el momento justo. Correr los colectivos, perder charlas importantes, citas, todo por llegar mucho después. Cualquiera diría que solo soy impuntual solamente. Pero muchas veces llegue antes y sufrí, como en el amor.
En el amor, llegar tarde tiene ese dolor de haber perdido la oportunidad de estar con alguien que ya está con otra persona. Es ver de lejos una persona maravillosa que es inalcanzable por el simple hecho de que otro ya gano su corazón. Pero uno se resigna, y piensa que, tal vez, el otro se lo  merezca. Ya viene la mano barajada así y tiene que aceptarse.
Llegar temprano es el peor de los tormentos. No cree? Llegar temprano es estar antes de que esa persona lo pueda aceptar como algo más que un simple “quitapenas”. Uno se vuelve una botella de la cual beber hasta no quedar nada y ser tirado a un costado cuando la otra persona se siente preparada para seguir camino. Duelos no terminados, falta de madurez, rechazo de otros, uno se vuelve un reparador de muñecos de porcelanas. Si tiene la misma suerte que yo, termina aceptando que es un simple titiritero arreglador y se entrega con pasión a arreglar aquello que otros rompieron a sabiendas de que no va a disfrutar del trabajo terminado. Ni el primero, ni el último, solo uno más. Pero qué pasa cuando el titiritero es el que está roto?  Nadie piensa en quien lo arregla. No, eso no importa, el titiritero se arregla solo. Esa es su forma de vida.
Entonces, por llegar a destiempo a todo, se llega a este momento. Intentar contemplar un amanecer aunque sea. Solo, mal ensamblado, y sin quitapenas que tomar. Así es la vida del que vive realmente a destiempo.”

Cuando termino, cayó profundamente dormido, cuando los primeros rayos comenzaban a salir. Aquel hombre harapiento se había perdido otro amanecer. Lo tape con la frazada, y mientras contemplaba los primeros rayos de sol reflexione. Todos hemos llegado a destiempo, demasiado tarde, demasiado temprano, pero hemos pensado que nuestra participación fue algo realmente importante. Que sirvió para algo. Pero puede ser que esa ilusión sea la que nos tape los ojos de que en realidad somos “quitapenas” de otros, mientras otros lo son de nosotros, sin darnos cuenta del círculo vicioso en que estamos metidos. Contemple el amanecer y decidí seguir ignorando.

Acido Literal