jueves, 31 de marzo de 2016

La Espera



Era el día más caluroso del verano. Él esperaba en la parada del colectivo con ella, pensando en el camino que recorrerían juntos. Abrazados, compartiendo un buen momento algo pegajoso por el sudor, él se abstraía de la realidad recordando cuanto tiempo hacia que no compartía un camino. Recordaba con nostalgia aquellos libros que había leído desde pequeño sobre la llegada del amor, de cómo irrumpía en dramas pasionales y terminaba casi siempre bien. No notó en su ensueño que ella lo soltaba de a poco, pensativa y abstraída en su mundo. Lo miro a los ojos y le dijo “no tengo carga en la tarjeta, esperame”.
Salió corriendo tan raudamente, que en un instante la perdió cuando dobló la esquina. Quedó allí petrificado, tan helado que no tuvo tiempo de decirle que no se preocupara, que el tenia carga, que no se fuera. En ese estado no entendía lo que había sucedido, pero se había intoxicado tanto cabeza con novelas que creyó estar en una, viviendo ese momento mágico del nudo de la historia, donde la atracción deja de ser meramente corporal y pasa al estadio de los sentimientos. Así que confió con todo su corazón en aquella espera. Después de todo, se decía a sí mismo,  grandes epopeyas fueron escritas donde una enamorada esperaba la vuelta de su amado. Acaso estaba equivocada Penélope? Se reprochó un poco no saber tejer, para agregar dramatismo, pero si se iban a invertir los roles en cuanto al género de quien espera, él podría encontrar otras cosas para hacer.
Los colectivos pasaron, las horas también. La espera se hizo más larga de lo que esperaba y había agotado ya la batería del celular mientras se ponía metas en el tetris.  Comenzó a oscurecer y el seguía allí, con una férrea convicción. Sintió hambre y sed. Por miedo a no encontrarse en la parada cuando ella regresará de odisea por conseguir carga, se dirigió a una pizzería que quedaba en las esquina y desde donde podría ver la parada del colectivo. Tal vez por la ansiedad de volver a aquel lugar donde le habían pedido que esperara o por el apremio de sus tripas, la espera de una grande de mozzarella se le hizo eterna. Volvió corriendo a la parada de colectivo con una porción en la boca y solo encontró un par de personas que parecían volver de su aburrida rutina.
Al tercer día de espera ya estaba sucio y cansado. Ya no tenía plata para comprar comida, dormía de a ratos apoyado sobre el poste de la parada. Varios vecinos lo veían conocido y lo miraban al pasar. Al cuarto día cayo exhausto, por lo que no sintió cuando se llevaron todo lo que tenía. Ahora solo le quedaban sus ropas y la tarjeta para el colectivo que había guardado en un bolsillo. Aferrándose a ella, solo pensaba en la vuelta de su amor. Sabia en su fuero más íntimo que volvería como en todas las historias.
Para cuando llevaba una semana  en el lugar, empezó a buscar comida en los tachos de basura de la cuadra. No quería alejarse demasiado, a pesar de que sabía que una cadena de comidas rápidas entregaba los sobrantes del día a la gente necesitada. Pero él no estaba necesitado, solo eran pequeñas vicisitudes que se pueden presentar ante la espera prolongada de alguien, pensó. Los vecinos comenzaron a encariñarse con aquel muchacho que parecía haber copado la parada de colectivo. Se contaban historias de cómo había llegado allí, pero nadie se había atrevido a preguntarle cuál era su historia. De vez en cuando, algún alma caritativa le traía algo de abrigo o de comida. La mayor parte de las veces le daban alguna moneda. Consiguió hacer de un colchón a los dos meses, cuando una parejita de un edificio cercano se mudó y tiro aquello que no necesitaba.
Así pasaron los años, esperando. Esperando a que llegara otra vez su amor.
Un día, un otoño que eternamente gris, paso una mujer. Radiante como en su Juventud, parecida a aquella mujer que había esperado alguna vez pero con más años, paso ella con otro hombre del brazo. Iba riendo, y paro un colectivo al que abordaron ambos. No registro al demacrado y sucio hombre que esperaba sobre un colchón desvencijado.
Pero el tiempo y la memoria no tienen corazón. Él no la reconoció, ya no recordaba su los detalles de su rostro, solo la sensación de amor había quedado sobre una figura borrosa que había perdido sus detalles con los años. Él se quedó allí, esperando a que llegue su amor en un navío de velas blancas. Deseaba tanto las velas blancas, que se pasó por alto todos los barcos de velas negras.

Acido Literal

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