viernes, 8 de abril de 2016

El ángel de los perdedores



Ella se presentó un día en  mi casa. No la había llamado, si bien hacía tiempo que le coqueteaba un poco. En mi juventud me acompaño muchas veces pero no la quería en mi casa. Sin embargo no pude decirle no. Trajo consigo todo un bagaje impresionante de momentos sin palabras, sin sonidos.
Me tuve que acostumbrar que me esperara en mi casa con las luces prendidas y sin nada en la heladera. Comer con ella era como comer frente a una pared blanca. Nada me molestaba más que estuviera allí, sin que tuviera el coraje para echarla.
Los meses pasaron. A veces se entretenía viéndome enfrentar dragones y monstruos sin princesas para rescatar. A veces confrontaba a mi yo con mi ideal. Siempre quedaba tirado y destrozado. Las luces perdían intensidad con los meses, las paredes teñidas de negro. Y ella allí.
Cuando me iba por ahí con otras, cuando montaba aves de paso o cuando hacia intentos de virar mi corazón para otro lados, ella solo reía. Reía de los vanos intentos de escapar, me acariciaba con ternura y me recibía para llorar en sus pechos. No celaba porque sabía que tarde o temprano volvía con ella.
Un día sentencio que debería resignarme para que se fuera. Resignarme con la primera que me quisiera un poco, por más que yo no la apreciara. Que solo así se haría. Que no pensara más, que me anestesiara como todo el mundo.
Hoy vino con vestido de novia y me pidió casamiento. Mucho tiempo conviviendo con ella. “quieres casarte conmigo?” dijo la soledad. La mire detenidamente. Sin un pan mejor para mi vida solo dije "Sí, quiero".

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