Hablando
con una amiga, con la barrera informática de por medio, surfee por una cantidad
de ideas que me parecieron interesantes. Una de ellas, tal vez la más conocida,
es que todas las mujeres están locas y por lo tanto uno no debería atribuirse
la locura hacia uno mismo. Es decir, ninguna mina está loca por un chabón, solo
está loca.
El
retruque de mi amiga fue que las mujeres caen como unas boludas ante las mismas
frases repetidas una y otra vez. Esto me trajo algunos recuerdos y una teoría.
Todas las frases son repetidas una y otra vez ante distintas personas o por
distintas personas.
Como
ejemplo valdría una frase escuchada varias veces el último tiempo. Ante una
mala racha con el sexo opuesto, cuando me preguntaban por dicho asunto, solía
salir con pensamientos nublados de cierta resignación negativa. Ante esta visión
pesimista del panorama me solían decir “tranquilo, ya va llegar la indicada” o “paciencia,
está llegando” seguido se cierta enumeración de virtudes mías. No sé si es
cierto sentido pasivo casi de ameba lo que me molestaba o tanto pensamiento
positivo estilo zen, pero más allá de la molestia pensé “y porque no sos vos”.
Claro que aquella sugerencia hubiera sido recibida con cierto malestar por mi
interlocutora que se vería llevada a hacer ciertas evasivas para no aceptar tal
invitación sin hacerme sentir mal.
Entonces
di el otro paso, que me dirían. “sos muy bueno para mi” “este no es mi mejor
momento” “estoy en otras cosas”. Todos argumentos que tiran abajo la idea de
que se busca una pareja con buenas virtudes para ser feliz y que se busca más
un síntoma con el cual lidiar. Ninguna virtud valdría si la mina no vio algo
disfuncional en vos. O le pareces feo.
Pero si
vamos también a las palabras amorosas dichas en un momento de pasión, como por
ejemplo “me encantas” “sos hermoso” “sos muy lindo”, carecen de sentido cuando
pierden el sustento de la acción. Cualquiera diría que en el caso de que se
declarasen esos epítetos agradables que endulzan el oído, se trataría de
alguien valioso a quien no se quiere perder. Pero la realidad parece no estar
del lado de la lógica. Palabras con peso pero que son dichas de muchas bocas, oídas
tantas veces, y sin embargo no pierden todo su valor de significado.
Terriblemente,
con pasividad, no nos damos cuenta y repetimos palabras sin sopesar su
significado y cuanto pueden afectar a la otra persona. Estamos tan
acostumbrados a hablar, a dejarnos cegar por el amor, la esperanza, la ilusión,
el miedo o la idealización, a escuchar sin prestar atención que no nos damos
cuenta que las mismas palabras dicen lo mismo de tanto labios distintos.
Quiero
pensar que somos lo suficientemente idiotas como para olvidar y no darnos cuenta
de la obviedad. Si no termináramos de creer ilusoriamente que en algún momento
las palabras que nos digan se van a cargar de un sentido casi pleno, llegaríamos
a una edad en que veríamos a las palabras despojadas de un velo de ilusión y
verlas como son, solo palabras vacías.
La desilusión ante la palabra no llevaría por dos caminos, cargarlas de
sentidos nosotros con nuestras propias apreciaciones o vivir en la realidad
gris y fría como el invierno de saber que nada tiene peso verdadero, salvo
nuestra muerte.
Tal vez
podamos escapar a la palabra con votos de silencio, con cuartos vacíos, tratar
de detener nuestra mente. Remar contra la corriente antes de caer bajo un tren
u olvidar todo. Pero he aquí la paradoja, cuando aprendes a escuchar y cuando
aprendes a leer, ya no hay forma de olvidar.
Lobo
Estepario
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