martes, 26 de abril de 2016

Palabras repetidas



Hablando con una amiga, con la barrera informática de por medio, surfee por una cantidad de ideas que me parecieron interesantes. Una de ellas, tal vez la más conocida, es que todas las mujeres están locas y por lo tanto uno no debería atribuirse la locura hacia uno mismo. Es decir, ninguna mina está loca por un chabón, solo está loca.

El retruque de mi amiga fue que las mujeres caen como unas boludas ante las mismas frases repetidas una y otra vez. Esto me trajo algunos recuerdos y una teoría. Todas las frases son repetidas una y otra vez ante distintas personas o por distintas personas.

Como ejemplo valdría una frase escuchada varias veces el último tiempo. Ante una mala racha con el sexo opuesto, cuando me preguntaban por dicho asunto, solía salir con pensamientos nublados de cierta resignación negativa. Ante esta visión pesimista del panorama me solían decir “tranquilo, ya va llegar la indicada” o “paciencia, está llegando” seguido se cierta enumeración de virtudes mías. No sé si es cierto sentido pasivo casi de ameba lo que me molestaba o tanto pensamiento positivo estilo zen, pero más allá de la molestia pensé “y porque no sos vos”. Claro que aquella sugerencia hubiera sido recibida con cierto malestar por mi interlocutora que se vería llevada a hacer ciertas evasivas para no aceptar tal invitación sin hacerme sentir mal.

Entonces di el otro paso, que me dirían. “sos muy bueno para mi” “este no es mi mejor momento” “estoy en otras cosas”. Todos argumentos que tiran abajo la idea de que se busca una pareja con buenas virtudes para ser feliz y que se busca más un síntoma con el cual lidiar. Ninguna virtud valdría si la mina no vio algo disfuncional en vos. O le pareces feo.

Pero si vamos también a las palabras amorosas dichas en un momento de pasión, como por ejemplo “me encantas” “sos hermoso” “sos muy lindo”, carecen de sentido cuando pierden el sustento de la acción. Cualquiera diría que en el caso de que se declarasen esos epítetos agradables que endulzan el oído, se trataría de alguien valioso a quien no se quiere perder. Pero la realidad parece no estar del lado de la lógica. Palabras con peso pero que son dichas de muchas bocas, oídas tantas veces, y sin embargo no pierden todo su valor de significado.

Terriblemente, con pasividad, no nos damos cuenta y repetimos palabras sin sopesar su significado y cuanto pueden afectar a la otra persona. Estamos tan acostumbrados a hablar, a dejarnos cegar por el amor, la esperanza, la ilusión, el miedo o la idealización, a escuchar sin prestar atención que no nos damos cuenta que las mismas palabras dicen lo mismo de tanto labios distintos.

Quiero pensar que somos lo suficientemente idiotas como para olvidar y no darnos cuenta de la obviedad. Si no termináramos de creer ilusoriamente que en algún momento las palabras que nos digan se van a cargar de un sentido casi pleno, llegaríamos a una edad en que veríamos a las palabras despojadas de un velo de ilusión y verlas como son,  solo palabras vacías. La desilusión ante la palabra no llevaría por dos caminos, cargarlas de sentidos nosotros con nuestras propias apreciaciones o vivir en la realidad gris y fría como el invierno de saber que nada tiene peso verdadero, salvo nuestra muerte.  

Tal vez podamos escapar a la palabra con votos de silencio, con cuartos vacíos, tratar de detener nuestra mente. Remar contra la corriente antes de caer bajo un tren u olvidar todo. Pero he aquí la paradoja, cuando aprendes a escuchar y cuando aprendes a leer, ya no hay forma de olvidar.

Lobo Estepario
 

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