La primer bomba cae cerca. Venida desde
el cielo, el estruendo te parte la cabeza y te marea. Te desorientas
y no sabes en donde estas. Mientras que tu batallón continua una
batalla ya perdida. Caes al suelo, devolviendo al exterior todo lo
consumido. Con espasmos que te hacen levantar en puntas de pie, se
vacía el estomago. Aun sin nada en el, se comprime para sacar el
ultimo aliento.
Las batallas de las noches no se ganan
sino a la madrugada. Te recordas vestido para la batalla, en una
noche interminable. Cada bala etílica la recibiste como un héroe
esperando condecoraciones indecorosas. Pero la madrugada te recibe
como un pelotón de fusilamiento, solo y abatido. Tal vez, alguna vez
te despiertes con el trofeo de algún enemigo, sin saber porque, como
o que. A veces grandes glorias. A veces grandes fracasos.
Caes, rendido, en un sexo que huele a
alcohol. En cuerpos que todavía metabolizan y exudan por sus
glándulas vapores etílicos. O no. Por ahí caigas solo en la cama,
contabilizando victorias y contactos. O aun peor, caigas rendido en
una cama con la felicidad de que las neuronas navegan en un mar
anesteciante. O por ahí llores, con un pedo triste. Pero siempre vas
a tener que parar y caer.
Y la vida sigue, con el estruendo de la
madruga que nos lacera los ojos. Que nos taladra en la cabeza. Que
nos arde en el estomago. Una batalla mas y el único caído es el que
bebe. Uno se levanta tiritando, y enfrenta otra vez la otra batalla,
mas gris, menos alegre y con muchas menos estados alterados. Algo que
se enfrenta con un fusil distinto al de antes del alba.
Cuando todo pasa, cuando los remedios
hacen su efecto. Con el correr de los días de la semana impiadosa de
nuestro hastío, con la marcha fúnebre de los relojes que nos muestran
que se agota la vida, solo podremos esperar una cosa. Volver a salir
a batallar otro fin de semana.
Ácido Literal
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