En las
calles grises del otoño, muñecos desconchados caminan. Sin ojos por donde
llorar, solo cuencas vacías, oscuras y gélidas. Y yo camino con ellos y me
desarmo por dentro.
Algo
vuelve, Fenrir se suelta y se come la luna de mi alma. Con dientes feroces que
sueltan líquidos ponzoñosos desata un Ragnarok personal. Otra vez ha vuelto con
pelaje oscuro como la noche a devorar mentiras para defecar verdades mientras
inyecta con sus colmillos aquella sabia de odio y cinismo por mi carótida destrozada.
Por
fuera caigo a desmoronarme en un callejón de olvido. Por dentro le suplico que
no me devore. Entre llantos y risas me dejo ir. Y lo veo más claramente. Y mis
cuencas se llenan de ojos variopintos y los veo.
Corderos
por todos lados, cogidos en todo momento por los que se hicieron llamar
pastores. Le agradecen que le quiten todo en una pasividad que da asco.
Borregos movidos por el miedo, no merecen vivir porque en la vida esta su mayor terror.
Se creen arriesgados sobre una cuerda floja de drogas a dos centímetro del
suelo. Se vanaglorian de ser únicos, irrepetibles mientras los moldean en masa
como falsos revolucionarios. No son para nada especial. No son capaces de
soportar la caída de sus castillos de naipes. Creídos chanchitos que no saben
que el lobo se ha comprado una topadora.
Y
comienzo a vomitar toda la toxicidad de una vida de mierda llena de mentiras y vacía
de sentimientos. Por primera vez, después de mucho tiempo, siento el fuego que
pugna por salir por mi boca. Y mi mascara de oveja tierna se derrite dejando
lugar a mi verdadero rostro. Escupo
fuego sobre todos, se vuelve hermoso porque lo siento salir de mi boca y
nacer en mi cerebro como un dragón de mil cabezas. Porque el corazón ya no
late, está muerto como el de todos los demás, pero hay otro tipo de vida que
nace de las cenizas.
Si no hay
amor que no haya nada y que el fuego purificador consuma todo a cenizas. Bienvenidos
a las puertas del infierno. "Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate".
Lobo
Estepario
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