Hace
mucho tiempo atrás, antes de que Solís llegara con sus barcos en 1515, incluso
antes de que habitaran la zona los primeros aborígenes, habitaban la zona una
raza llamada Urduk. Nada se quedó de ellos y todas sus historias se perdieron
hace mucho tiempo. Sin embargo, si uno bucea por los lugares adecuados, en los recónditos
callejones, puede conocer algo de su historia.
Según cuentan
las historias, su nombre significa “los hijos del sol rojo” y aparecieron por
estos parajes en la época en de los quince amaneceres de sol rojo. Con un porte
alto y corpulento, su característica distintiva se encontraba en el intenso
brillo de sus ojos. Según el ermitaño que vive en los suburbios de Retiro, no podía
mirarse a los ojos a ningún integrante de esta tribu sin quedar ciegos.
Vivian
en las laderas de la costa sur del Rio de la Plata, y eran liderados por
Andarik que significa “el primerizo”. Nada se conoce de su organización social,
de cómo vestían o cuales eran sus hábitos. La única historia que se sigue
pasando de boca en boca es la primera batalla que se libró en aquella época.
Esta
comienza en la primera luna llena del quinto año de estación de oro, cuando
Andarik, desoyendo los malos augurios de sus magos, salió explorar por la noche
en busca de un animal famoso para ellos que traería mil años de prosperidad. Vago
por horas siguiendo una difusa huella que lo llevo al lecho del rio. Allí,
mientras buscaba, oyó una melodiosa voz que cantaba una canción desconocida
pero hermosa a la vez. Siguiendo su sonido llego hasta el lugar donde provenía
la voz y quedo encantado.
En el
lecho del rio se bañaba una joven blanca como la luna y de cabello negro como la noche, y a su
alrededor el rio brillaba como plata liquida. La contemplo extasiado hasta que
ella se dio cuenta de su presencia. Intentando calmarla en su idioma, Andarik
se acercó a ella que quiso escapar. El no tuvo mejor idea que retenerla por la
fuerza. Ella se desmallo del susto. Sin saber qué hacer, tomo sus ropas, la vistió
y la llevo al campamento.
Grande
fue el horror de los magos al ver llegar a Andarik con aquella doncella. Ellos sabían
que era hija de la luna de plata y uno diosa adorada por los pigmeos de la zona
oriental del rio. Ya hacía tiempo que las relaciones con es tribu eran
violentas y que esto empeoraría las cosas. Sin embargo, algo había cambiado en
el corazón duro y férreo del primerizo, estaba enamorado de la diosa.
Cuando
ella despertó, se encontró en la tienda de él. Estaba sentado de manera erguida
delante de ella esperando a que despertara. En vano trato de hacerse entender
ya que hablaban distintos idiomas. Pero él le confesaba su amor, mientras que
ella trataba de hacerle entender sus miedos.
Al
amanecer de ese día llegaron los pigmeos. Exigieron que le devolvieran a su
diosa, pero Andarik se negó. Prometieron hacer desaparecer la tribu y se
marcharon. Andarik volvió a su tienda para tratar de hacerse entender con la
diosa, no sin antes aconsejar a sus generales que se alistaran para la batalla.
Al
anochecer del tercer día volvieron los pigmeos. Vestidos para la batalla, eran
quinientos hombres con hachas y lanzas. También habían traído yayaras aladas,
una especie creadas por ellos mediante brujerías y que lograron domar no sin
mucho esfuerzo. Del lado de los Urduk solo se contaban doscientos cincuenta
hombres feroces con grandes garrotes de piedra, sumados a los treinta lobos de
sol. Según se cuenta, esta especie de lobo refulgía como el oro y eran tan
feroces que podía matar un mamut con
solo dos de ellos. La batalla comenzó a la media noche.
A la
luz de la luna llena, los pigmeos atacaban en oleadas de cien hombres sin dar
descanso a los Urduk. Los magos Urduk utilizaban hechizos de fuego que quemaron
a todas las yayara aladas, pero encontraron la muerte ante los magos de hielo cuando
se entraban exhaustos. Las tropas de los generales Urduk no perdieron el ánimo
y se inflamaron de una valentía ardiente como el sol de verano y ataron
montados en lobos de sol. Poco pudieron hacer la primera línea de defensa de
los pigmeos ante este ataque. Sin embargo, los arqueros de la retaguardia
atacaron con una lluvia de flechas ponzoñosas que diezmaron a las fuerzas
montadas de los Urduk.
La
batalla continuo hasta el amanecer. Ya no quedaban hombres en pie de ningún bando.
Solo el Mirielir, el rey pigmeo, Andarik, el cacique de los Urduk, y la diosa de
la luna. En una batalla mano a mano se enfrentaron los dos líderes de sus
clanes. A golpe de puños Andarik hizo gritar a Mirielir que su rendición. Sin
embargo los pigmeos eran un pueblo traicionero y ante la distracción de
Andarik, saco un colmillo de yayara alada y se abalanzo sobre el hundiéndolo en
la carne.
Pero no
era el cuerpo de Andarik al que a hirió, sino a la de la diosa de la luna. En
un ataque de ira, Andarik decapito a su oponente con las manos desnudas. Tomo a
la diosa entre llantos y esta dijo en Urduk “la luna y el sol no están destinados a amarse”.
Le entrego su collar, una piedra preciosa que brillaba como plata y al tocar
las manos de Andarik también brillaba como oro en un remolino hermoso. Una gran
tormenta se desato ese día, mientras Andarik marchaba al rio con el cuerpo de
la diosa. Aquí la historia se bifurca, algunos dicen que Andarik se sumergió en
el rio para morir con el cuerpo de su amada en brazos. Otros que dejo el cuerpo
y se marchó hacia otras parajes. Hasta hay algunos que dicen que dejo una
descendencia maldita conocida como “ojos de fénix”.
Pero la
gran mayoría, de los pocos que conocen esta historia, dicen que nunca sucedió.
Que el collar perdido del sol y la luna no existe y que mucho menos tiene el
poder de lograr encontrar al ser amado que uno tanto anhela. Sencillamente creo
que en esta época de relaciones fast food, y del miedo al compromiso, las
historias como la de Andarik y la diosa de la luna no sobreviven. Tal vez, solo
tal vez, el talismán sea confundido con una baratija comprada en cualquier
bazar y nunca llegue a las manos de aquellos que creemos. Aquellos que lo
seguimos buscando en el fondo del rio, o al final del camino de las huellas de
Andarik o en el cuello de aquella casta maldita de los “ojos de fénix”. En cualquier
caso, los que seguimos creyendo, solo creemos en una cosa, en el amor.
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